Rafael
Pascuale Zamora

Más allá de la carne y la humanidad
Lima-Peru
(2022)
Texto curatorial de:
José Gabriel Alegría Sabogal
Nuestra idea de lo que es y no es humano, nos guste o no, depende de cómo se adecua nuestra imagen a prototipos establecidos, y en qué medida guarda imagen y semejanza con lo que el humano, en nuestra imaginación, debería ser. Por el contrario, la encrucijada que plantean estas obras es la mirada de la carne que no se reconoce a sí misma.
En las narraciones ovidianas, la metamorfosis es consecuencia y confirmación de un destino, una naturaleza interior que se revela y de alguna forma, restaura el orden. Pero en las obras de Zamora, la metamorfosis no tiene final ni fin. Es un proceso que no se puede detener, y lo que vemos a través de su ojo pictórico es esta disociación, tan propia de la condición moderna, expresada en un lenguaje barroco. A través de mitos, lo que en realidad vemos es la perplejidad y el extrañamiento ante el propio cuerpo y su devenir. Esto se da cuando no podemos detener su transformación víctima del tiempo o incluso la desfiguración, cuando el espejo que refleja nuestra alma se rompe y nos vemos horrendamente refractados en sus mil pedazos.
El propósito de este artista es el de tomar los arquetipos del inconsciente colectivo de la visión junguiana, como herramientas que ayudan a comprender el comportamiento de cada individuo. Las múltiples etapas escogidas para representar esta especie de evolución psíquica buscan hallar una secuencia que inicia mediante la concepción cómo forma simbólica del nacimiento de la conciencia, pasando por las distintas etapas del desarrollo emocional, social y biológico del ser humano, hasta llegar a una etapa de preparación tanto conceptual como física para la muerte, terminando en la confrontación con el vacío. Pero lo que vemos como culminación no es un proceso de individuación, sino más bien una disolución de esta conciencia en la oscuridad fría y el abismo bostezante.
La distorsión y manipulación de los cuerpos, así como la creación de entidades monstruosas provienen de un intento por comprender los misterios de la fiscalidad del ser. Se desarrolla así una consciencia somática que se encuentra en una batalla constante con sus propias formas preconcebidas. Citando brevemente a Eielson, lo que nos muestran estas pinturas, es una verdadera Noche oscura del cuerpo.
Eielson, a su vez, citaba un poema de San Juan de la Cruz, quien nos lleva a hablar del lenguaje formal de las imágenes que aquí abordamos: el tenebrismo barroco.
La mística del barroco incluye a la carne, y no solamente eso, el cuerpo es el vehículo esencial, mediante el cual se trabaja y en el cual se recibe la luz divina, esto mediante las vías purgativa, iluminativa y unitiva. Así lo fue indudablemente en los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola o para la mismísima Santa Rosa de Lima. Por supuesto, esto contrasta con la preconcepción superficial que opone al espíritu y la materia, pero la realidad es que, en la práctica, el vehículo del místico es el cuerpo. Aceptar este hecho no debería restar peso a su cualidad metafísica.
El tenebrismo del siglo XVII, tan intensamente adoptado en esta muestra, aportaría un elemento particular a la pintura cristiana: la oscuridad. En la pintura bizantina, el oro es luz, luz divina que permea toda escena. Pero pintores como Caravaggio adoptaron un lenguaje crudo, y fueron criticados por convertir a las santas personas representadas en meros humanos demasiado terrenales en su apariencia, despojados de dignidad y hieratismo, muchas veces desesperados, personas de carne y hueso, perdidas en la tiniebla, y con los pies sucios.
Hubo en este lenguaje, también, una irrupción de la cámara obscura que se asemejaría a un temprano lenguaje fotográfico. Es por estos aspectos formales que esta corriente resuena en la sensibilidad moderna de forma particular, y ha sido adoptada por quienes practican la nueva figuración en nuestro siglo. Porque corresponde a nuestra forma de ver, que ingenuamente creemos objetiva, y que en realidad hereda el pensamiento visual que precisamente se inaugurará en dicha modernidad temprana.
Pero está, por supuesto, la perspectiva espiritual: se trata de un ejercicio visual de teología negativa, que se centra en expresar lo que Dios no es, y mora en los lugares donde el Dios no está.
Pero también podría ser que, parafraseando a Rudolf Otto, este Dios sea en realidad, más oscuridad que luz.
José Gabriel Alegría