Tras haber visto innumerables obras de arte, desde esculturas hasta pinturas, en mi reciente viaje a Europa, pude comprender la búsqueda de la perfección que el ser humano ha emprendido a lo largo de la historia. La necesidad de entender la carne como un recipiente que alberga algo más, algo que no pertenece a este mundo, sino que espera y está listo para trascender este espacio terrenal. La carne es dolor y sufrimiento para quien está aquí, en esta existencia, en este plano, pero debe ser pura y perfecta para ser un buen contenedor para el alma. Encuentro en esta dicotomía un interés particular... si la carne no es necesaria en esta existencia, entonces ¿qué somos? Por mucho que las religiones nos hagan reflexionar sobre esto, también podemos llegar a comprender que esta "carne" es nuestra única relación con los conceptos de identidad que nos hacen individuos y que, en consecuencia, nos hacen especiales de alguna manera. Entonces, ¿quizás sin nuestro ser físico somos criaturas que trascienden? ¿O es que quizás nuestro miedo a la muerte nos lleva a pensar que somos más que simples seres vivos en un mundo inmenso? Somos seres misteriosos, seres con mundos indescifrables que existen en los planos metafísicos creados en nuestras mentes y en lo profundo de nuestro subconsciente. Donde lo físico deja de tener reglas y donde nuestra búsqueda de la belleza y la perfección probablemente no será como la entendemos. Estas criaturas definen eso: la confusión y el misterio que se encuentran en la búsqueda de lo imposible.